jueves, 5 de abril de 2012

Curvas peligrosas II: La imagen femenina en Colombia o la eterna aspiración.


Luz Marina Zuluaga, imagen de la Reina o mujer triunfadora, único y mas fácil método de ascenso social en Colombia



En esta segunda crítica al documental de la revista Vice, se verá que la moda en Colombia, sobre todo a la hora de representar a la mujer, está llena de elementos culturales sin definir, y sobre todo, de la eterna aspiración de la que hacemos gala. Un repaso sobre nuestra Historia de la Moda.
En la primera  parte de la crítica al documental de la Revista Vice sobre la moda en Colombia,  y su relación con las huellas del narcotráfico se analizó la visión que tenía el mundo de la moda, regido por estamentos culturales anglosajones de vieja data, sobre nosotros. Las curvas como transgresión a un sistema cultural que se basa en la falta de curvas como control moral sobre el cuerpo, y por lo tanto, sinónimo de aprobación a la hora de hablar de moda  .
  En esta segunda parte, se  analizará el porqué de nuestra propia estética, de donde viene el fuerte contraste en la europeización forzada al establecer modelos delgadas (sin curvas), tal y como lo dicta  universalmente el sistema imperante, y el éxito de la mujer con implantes como objeto y sujeto deseable en la cultura, en los medios, y cómo esto se confunde como moda. Porque este fenómeno va mas allá del narcotráfico y de  un documental tratando de relacionar a Pablo Escobar con el desfile de Pepa Pombo, o una mujer que ha decidido seguir los cánones de vanidad imperantes en nuestro país. El hecho de  la representación femenina en Colombia siempre se ha confundido con la sexualidad, o su negación.
 Hay que decir que, por encima  todo, la moda en Colombia desde siempre, ha sido aspiracional. Incluso en el hecho de no aceptar mas modelos con implantes y poner a otro tipo de mujeres a desfilar. O también,  analizando  la polémica que hubo cuando Esteban Cortázar puso a la belga Hanne Gaby Odiele como representación de la esencia de su línea para Arkitect,  regido el mismo por un sistema mundial que conoce al dedillo. “ ¿Porqué no poner mujeres colombianas, que son mas bellas, que si tienen algo de donde agarrar?” preguntaba el ciudadano común. “¿Porqué ella, que no representa a la mujer colombiana?” (recuerden que los criterios latinoamericanos son distintos) .
Esa polémica y esa contradicción imperante son complejas de entender desde los dos lados , como el hecho de tratar de poner modelos sin curvas en los desfiles, pero  al mismo tiempo, ver   el éxito de Natalia París y Tatiana de Los Ríos. Esto  se asocia también con la construcción de la belleza como motor social, algo infaltable a la hora de hablar del culto desmedido que en Colombia se le rinde a este elemento . Algo que obedece , quizás,  a  la eterna celebración de una construcción de belleza para ascender . El complejo de Primera Dama, lo llamo yo.
El complejo de Jackie Kennedy. Un hombre con poder  valida a esta bella mujer construida como un sujeto femenino con poder  (aunque Jackie demostró tener su propia personalidad, lo que hoy se ve  poco).  A través de la belleza  se consigue un hombre proveedor, y por ende, es símbolo social de éxito.  Desde Inés de Hinojosa hasta la nueva rica que ostenta su poder a través de ciertas marcas aspiracionales, se abre una brecha con las viejas élites europeizadas que siempre han reinado en esta eterna estructura Colonial, y que desprecian, por su evidente falta de aprendizaje de los códigos de su clase, a los nuevos símbolos y representaciones de la movilidad social. La mona, aunque se vista de Ela, mona se queda. Porque las élites se visten con Stella McCartney y en un ámbito mas local o conocido, de Zara. Para la representación de la mujer y la moda, nunca contó la educación. Solo la belleza como motor social.
Revivamos Nuestra Historia


La actriz Ana Gómez como la Virreina Francisca Villanova en La Pola (2010) , RCN

En Colombia, hasta la democratización de la moda en los años 40 a través de los  klappers*, la mujer era asociada en público al pudor, y en privado a la ostentación, por lo menos en las capitales del poder colonial, como Tunja y Bogotá. En público, la mujer ostentó su mantilla negra como símbolo de  dignidad y recato, y las aristócratas, en el ámbito social privado, copiaron las modas de Europa al pie de la letra, según se las traía el comerciante.  Pero solo en privado, porque la moda, en el concepto católico imperante era considerada  frívola y por lo tanto un pecado. Por eso no fue extraño que la odiadísima Virreina Francisca Villanova y Marco , fuese tan criticada: Tanto ella como su colega Maria Antonieta en Francia, fueron criticadas por hacer de la moda un símbolo de indolencia política, y añadieron esto a la reprobación moral de las que las dos  eran cabeza de turco en sus respectivos países. Las mujeres que lograban cierto status social, sin embargo, ostentaban su ropa como nuevo símbolo de su poder.
Pero no tanto, o si no terminarían tan vilipendiadas como la Virreina, que en la Independencia las mujeres de alpargata, que la odiaban por sus monopolios y otras cosas, y obviamente por su frivolidad (asociada a su amor por el arte del vestir), esas   excluidas de ese incipiente sistema de moda, le arrancaron la ropa con las manos ** antes de llevarla a la cárcel y a su desgracia.  Destruir su apariencia significó mas que mandarla a fusilar. La moda desde ese entonces se constituía como un elemento de transgresión si no se regía bajo estos cánones. Sobre todo en  los políticos.

Así pasó todo el siglo XIX, y como en todo aspecto cultural y científico en Colombia, con la moda  no dejó de pasar lo mismo: Las élites se volcaron a Europa con un fervor ciego, tratando de “civilizar” a esos “barbaros” que nunca dejaron la ruana y las alpargatas. Y la moda se seguía rigiendo por la sexualidad o la falta de ella: Ponte la mantilla para que seas pudorosa, pero ese vestido traido de París te hará ver como la mas bella de la fiesta. Y si por algún motivo de la suerte te llegas a casar con alguien de buena posición, es porque resultaste lo demasiado bonita para ponerte ese vestido, el mas exclusivo. No hay que pelar el cobre. El juego de la apariencia total. La mujer y su cutis y su vestido de Worth o de la corte austriaca o inglesa,  en 1870,  era lo único que la validaba como representación.


Publicidad Jabón Lux (1941)

Hacia los años 40, las mujeres se vestían o bien para diferenciarse de la “chusma” , comprando en la carrera octava en las tiendas de ropa inglesa, o para parecerse, ya con un incipiente sistema de ocnsumo y publicidad, a las estrellas de cine.  La moda, de nuevo, confundida con la sexualidad.  Usa este jabón para parecerte a Rita Hayworth.  Veronica Lake tiene un peinado peculiar, pero no te hará atractiva ante los hombres, y te será mas difícil casarte***.   Una democratización que chocaba. Por un lado, una élite empeñada en no parecerse a “cualquier ruanetas que ahora podía comprar ropa decente con venticas a plazos”****, y por otro lado, esos mismos ruanetas tratando de parecerse a los ricos y tratando de emularlos a toda costa para entrar en su círculo de poder, y antes de que existiera el supermercado, endeudándose hasta el cuello con el klapper para lucir “decente”.
¿Y el cuerpo?  No lucir nunca morena, eso es para las mujeres de la “guacherna”. La palidez daba elegancia, la languidez revestía de sensualidad, siguiendo los dictámenes de la moda según los altos círculos europeos. Las curvas , sexuales,  solo eran permitidas para esas nuevas celebridades, la especie de “nuevos ricos” que comenzaba a imponer otra visión en el sistema de la moda. De resto, totalmente impudoroso. La moda, sexual. Y aspiracional.

Una frase muy famosa en la publicidad colombiana, referida al consumo en Colombia, y por ende, a la cultura, es muy cierta hoy en día “Los ricos quieren parecer ingleses, los de la clase media, estadounidenses, y los de la clase baja, mexicanos”. Apenas la clase media, en los años 50 y 60 se consolidó,  mostraron tres visiones distintas del mundo y la moda, pero aún así, todas  estuvieron emparentadas, desde ahí , en una segregación representativa que hoy en día no esta tan marcada como antes, pero que sigue estableciendo códigos de exclusión. Sobre todo a la hora de hablar de mujeres. Y de las que, por su belleza, consiguieron poder económico, y que no se sabe si son una expresión de una identidad que como se ve, nunca alcanzamos a definir del todo (o ignoramos), o si es producto de ese eterno círculo aspiracional. Las Reinas.
 La Reina y las “reinitas”.




Carolina Cruz y Milena López, "reinitas" por excelencia

Luz Marina Zuluaga  fue  la prueba viviente de que había otro método para ascender socialmente, mas allá de la educación , y que reflejaba, con su victoria, el mito de la Cenicienta hecho realidad. La Reina de Belleza, figurín de moda, dispuesta a vestir para complacer y encandilar. “La belleza de la mujer colombiana”, siempre hecha para la sexualidad y para emular una nobleza que se extrañaba desde la Colonia, ahora tenía su propio certamen que la validaba como figura sexual, y  a la que la moda le servía para este propósito.
Las modelos que en Europa y Estados Unidos estaban hechas para marcar una nueva visión de mujer,  Twiggy como símbolo de la movida londinense en los años 60, quien destruyó la figura sexual  (y paradójicamente curvilínea)femenina que comenzó con Jean Harlow, pasó por Marylin Monroe y terminó con la pobre Jayne Mansfield en un accidente de auto; o Liza Minelli en los 70, figura opuesta de la Golden Girl californiana que hizo furor en esa década, acá apenas eran un registro en las revistas.   La moda fue instrumento para destacar la atractibilidad de las candidatas, que terminaron en los medios por su condición, o con “buenos partidos”.
Ser modelo quizá era algo underground, pero ser “Reina”, así, con mayúscula, era otra cosa. Y como si fuese una carrera, mujeres de provincias alejadas o de orígenes humildes comenzaron a buscar en su belleza un motivo para conseguir ser Reinas. Y luego celebridades de televisión. ¿Qué importaban esas élites refunfuñantes, que siempre habían manejado la moda a su antojo, si salir en televisión y firmar autógrafos en centros comerciales luego de ganar la Corona importaba más que lo que pudiera decir la prima con mil títulos nobiliarios del buen partido que admiraba la belleza de la beldad en cuestión? Y qué importaba si las curvas, los implantes, no solo heredados del narcotráfico, eran vilipendiados en ciertos círculos,  cuando estos representaban poderío mediático y cultural?
 Paga mas ser Reina o muñeca de la mafia si se obtiene todo eso, que ser una “insípida” de buen apellido y vestir con marcas que nadie conoce. ¿Qué importa, si acá se juega el poder, como se jugó desde la Colonia? Un ejemplo son las presentadoras de farándula:  Puede que Virginia Vallejo hubiese sido amante de Pablo Escobar, pero ella representaba un modelo de mujer culta y sofisticada, con trajes de alta costura, que las presentadoras de noticias light ya no muestran. De Vallejo, que compraba Chanel y Thierry Mugler para su trabajo o posando para medias Di Lido en Venecia, que exaltaba una sensualidad revestida de sofisticación y “mundo”,  a Carolina Cruz y Jessica Cediel, vestidas con marcas que precisamente siguen exaltando la sexualidad como único ítem en la mujer, y posando en  vallas de carreteras con jeans apretados.

Esta comparación  muestra el desfase cultural que sigue existiendo entre un sector del país que conoce del sistema de la moda, aspiracional, si, pero mas consciente de sus tendencias, y de otro sector mayoritario que sigue aspirando, aspirando a ya no ser como quienes los han excluido, sino imponer sus propias reglas de estilo. Así sean contradictorias. Los “leggings”, populares hace tres años, y los “legis” reflejan esa aspiración. Pero los leggings en un sector los combinan con un trench coat  de Zara, y en el otro, los “legis” se usan con una blusa ceñida de leopardo.  Porque está de moda. Porque las ricas lo usaron. Porque la celebridad bella lo usa.
Aunque no todo es tan malo. Hay mas democratización, mas diversificaciones del estilo femenino en Colombia, como se ve en las calles de Bogotá, la única ciudad de Colombia que a pesar de su estructura señorial goza aún de cierto cosmopolitismo. Las mujeres se reinventan, gozan la moda de mil maneras, lo que hace interesante el consumo en sus calles. Pero a la hora de hablar de cuerpo, el viejo sistema se mantiene. El cuerpo femenino sigue siendo un elemento de deseo o no deseo. O se es voluptuosa y delgada, para agradar a ciertos hombres, o delgada, para agradar a otros.  No existen otras variedades, otros prototipos, o si existen, aún son mirados con recelo.  Y eso que Andrea Echeverry rompió ya hace mas de 16 años con esas cosas, y era un bicho raro. Hoy, sus sucesoras siguen siendo miradas de la misma forma.  La moda se confunde con la sexualidad en Colombia, y un sector trata de hacerla ver mas allá de otros contextos, y choca. Choca con un sistema mayoritario que no ha cambiado, y que sigue entre la aspiración y la negación de lo propio. Si alguna vez lo tuvo. En eso si tiene razón la Revista Vice.

  * Klapper:  Inmigrante judío de Europa Central que en los primeros años del siglo XX llegó a Colombia a establecer su negocio. Desde 1938 se establecieron varios en masa, huyendo de Hitler, y establecieron sus negocios. Los klappers  eran los judíos (conocidos en aquella época como “polacos” por su pasaporte), que llevaban su costal con ropa y su maletín con varios artefactos, y que iban de puerta en puerta en los hogares de clase media, vendiendo sus artículos sobre todo a las amas de casa, a crédito. Ellos fueron los primeros democratizadores de la moda en Colombia, sobre todo para el sector de la clase media, al vender artículos de imitación con los que se ataviaban las damas de alta sociedad de aquella época y eran también elementos de diferenciación, como los abrigos de visón. Ellos vendían imitaciones. En todo el país fueron los primeros en establecer tiendas de ropa masiva, con las que obtuvieron gran  éxito comercial, lo que causó recelo en los colombianos (y por sus prejuicios). En la novela   Hombres sin Presente (1930), de Jose Antonio Osorio Lizarazo, se les retrata desde esta perspectiva.
** Francisca Villanova fue la esposa del último Virrey de España en Colombia, Antonio Amar y Borbón. Según la historia oficial, era odiada por el pueblo granadino por su monopolio en el comercio, su mezquindad,  arrogancia, y lo manipuladora que era con su marido. Y claro está , por su amor por la moda, siendo comparada con otra figura igual de odiada en la época, la reina Maria Antonieta.  Al ser depuesto el Virrey, la pareja fue trasladada a la Cárcel del Divorcio, y las mujeres granadinas casi la matan en el camino, arrancándole, precisamente, la ropa. En la novela de RCN, La Pola, se ve toda su historia.
*** En las publicaciones del siglo XIX se comenzó, como fue usanza en la época, con una sección para mujeres. Obviamente, bastante encaminada a la complacencia del hombre. La mujer en las publicaciones siempre fue tratada como un sujeto sin mentalidad propia, y raras eran las excepciones (como Emilia Pardo Umaña), de mujeres intelectuales, calificadas de inmediato como solteronas amargadas, es decir, fracasadas sociales. El ejemplo de Veronica Lake está tomado del  Semanario Sábado (1943), fundado por Plinio Mendoza Neira, que iba para el gran público en general. Este se puede encontrar en uno de los semanarios de aquel año, en la sección para mujeres llamada “Sábado para vosotras”, uno de los primeros intentos de magazín femenino que hubo en Colombia.
**** Uno de los ejemplos de la exclusión en cuanto a la apariencia de la época, tomados del ensayo de Zandra Pedraza Gómez y la modernización de Bogotá en los años 40 llamado  La Tenaz Suramericana.

Artículo originalmente publicado en  su blog  Fashion Freak /FashionRadicalNews (www.fashionradicals.com)



Lux Lancheros.
Fashion Reporter
elenwe22@hotmail.com
Twitter: @LuxandLan



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